Fragmentos de “Notas para una revolución”, un texto de Simona Levi que puedes leer entero aquí
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Últimamente estamos diciendo:
sé radical, pide lo posible.
Aquí llega un aspecto violentamente confrontativo con un sector – pequeño, por suerte – del movimiento 15M. Si se me permite una simplificación un poco caricaturesca debida a la exasperación por la cantidad de horas que hemos dedicado a debatir con él, este sector está constituido por los que consideramos el verdadero problema. Trolls a parte, estoy hablando por un lado de los radicales “puros”, que piensan que el sistema no se puede reformar – hasta aquí de acuerdo – pero que también sabotean los intentos de utilizar demandas reformistas como arma de guerrilla; y, por otro lado, de los “intelectuales críticos”, que no se ven mucho por las asambleas porque están ocupados rescribiendo la historia con texto del tipo “Ahora, ¿qué? Un 19J pacífico destruye el potencial revolucionario”.
Nosotros pensamos que las demandas de reformas destruirán el sistema actual, porque el sistema está preparado para encarar enemigos pero no para que estallen sus propias contradicciones internas.
Encarar el sistema a un imposible ontológico, “destrúyete”, ya le ofrece su defensa, la de ser tu antagonista. Si fuerzas a un sistema cerrado en torno a sus privilegios a “mejorarse”, solo le queda la deserción y la fuga como salida. Todo sabemos que al enemigo hay que dejarle una vía de salida si queremos ganar.
También debemos aprender a ganar. En estos días de grandes victorias vemos claramente lo que cuesta aceptarlas como tales.
No sabemos ganar. Quien magnifica el enfrentamiento no consigue hacer porque el enfrentamiento es su hacer. Ahora que estamos ganando se deben abandonar posturas de trinchera desde la libertad de mediar con nuestras dependencias sin necesidad de destruir.
Siempre que hay transformación hay pérdida, también en los cambios positivos, y no por eso no han de producirse. Tenemos que ser conscientes de ello para sobrellevar la nostalgia.
Lo que ha destruido grandes experimentos revolucionarios es el miedo interno a lo nuevo; por eso nos interesa la cooptación de nuestro mensaje, y nos interesa asumirla como una victoria.
Quizás esto que voy a decir sea un poco islandés, pero lo comparto con mucha gente del movimiento del 15M.
Si en tan solo un mes los políticos han dado ya varios pasos intentando copiar o aplicar nuestras demandas, nos debemos alegrar y marcarlo como victoria.
Con VdVivienda no nos marcarnos este tanto cuando la Chacón puso la “ayuda para jóvenes”. Es difícil marcarse como un tanto una tal infamia pero el no hacerlo posiblemente fue lo que nos hundió entonces.
Porque la acusación que más daño nos hace, ya que nos hace perder comunicación con gran parte de la gente, no es que seamos unos violentos, sino que seamos una chavalada que protesta sin nada que proponer e incapaz de gobernarse.
Claro que los políticos que intentan picotear de lo que decimos lo hacen mal, claro que lo hacen por populismo, pero están siendo obligados a hacerlo porque así lo hemos exigido. Claro que es una payasada, pero debemos celebrarlo como victoria, cada vez, porque demuestra que nos tienen miedo, porque, nos guste o no, somos votos, y perder votos es el despido para ellos. ¿No era lo que queríamos, despedirlos?
Nuestra fuerza es introducir dudas en sus cabezas, pesadillas, pensamientos de justicia que nunca se hubieran imaginado llegar a tener. Quebrar su estructura psíquica, su tranquilidad intocable.
Las técnicas de escrache son esenciales.
Es curioso ver que los que niegan está opción táctica, luego defienden fervorosamente las protestas contra las retallades, los recortes, como si esta no fuera la demanda más reformista y como si antes de las retallades el mundo hubiese sido bueno.
Esta guerra es una guerra del lenguaje
El primer cambio ha de ser en el lenguaje, desde una profunda autocrítica. Ya no podemos complacernos en el martirio de pedir lo imposible; hemos de evolucionar de nuestro papel de antagonistas perdedores. El propio lenguaje que utilizamos es incomprensible para hacernos los incomprendidos.
Tenemos que ser responsables de nuestros actos.
Si no somos leíbles para la mayoría, ayudamos a la fascistización de la sociedad.
Por la euforia y luego la fuerza que nos dio vernos unidos en tan grande multitud en el movimiento 15M, algunos están intentando imponer estéticas y lenguaje, dogmas que están en el tintero y que repiten como mantras desde hace ya muchos años. Es normal, son palabras por las que hemos luchado mucho y a las que tenemos mucho apego, pero son palabras muy connotadas y marchitas.
Que se me entienda bien, por favor: una cosa son las palabras y otra las ideas, que pueden ser excelentes pero que a menudo se pueden expresar, digamos, con sinónimos, teniendo al fin y al cabo el mismo objetivo.
El consenso masivo que hemos alcanzado con el movimiento 15M justamente no viene de ninguna de las palabras que llevamos años repitiendo.
Las palabras nuevas son, por ejemplo, “Islandia” o “Indignaos”, un librillo flojísimo en los contenidos pero que introduce un imaginario inclusivo y una palabra todavía sin explotar.
Nos estamos confundiendo; no estamos ganando por lo que siempre hemos dicho, sino por lo que siempre hemos defendido dicho con otras palabras y en un orden de menor a mayor: primero viene la abolición práctica de privilegios y luego la justicia global. Así nació el 15M y esta es su ola, queramos o no.
Lo que llevamos tiempo defendiendo ya conforma esta ola, cae por su propio peso y debemos decirlo con estéticas y palabras nuevas, ganadoras.
Las antiguas solo evocan derrota y división y ahora es el momento de la victoria y de una infinita diversidad con unos pocos mínimos comunes denominadores. Una asociación global de egoístas reformistas radicales.
Hemos de estar presentes a todos los niveles. Debemos trabajar la implementación de la democracia directa pero también desmantelar el poder existente por dentro y su imagen mediática y memética. Hemos de ser tácticos con las palabras y con los actos. Pensar una acción por el resultado real y concreto que quiere obtener, no por razones viscerales o de justicia en abstracto…
Si le pides a la gente que odie su forma de vida se pondrán en tu contra; si compartes el odio por las mismas frustraciones, seremos invencibles.
Como dicen muy banalmente los islandeses, “ocupar los medios para ganarse a la gente que mira la tele”.
¿No queremos este gran consenso? ¿Qué pasa?, ¿no queremos mezclarnos con el pueblo? Si usamos el lenguaje que entiende la mayoría, naturalmente estaremos usando un lenguaje copado por el sistema. ¿Y? ¿Cuál es el problema?
Lo que pide la gente (y yo me incluyo) es comprender las leyes que nos rigen. La gente empieza a ver que las leyes son textos accesibles y bastante surrealistas, escritos por simples mortales muy asustados de perder algunos de sus privilegios. Esta es la base del gran empoderamiento de las personas en este momento.
Ya no le tienen respeto a la ley y no me refiero a la idea de ley, sino a la ley cosa. La leen y la comentan. Ya no delegan esta operación a los especialistas.
Nosotros hemos estado trabajando así ya desde los tiempos de la ordenanza contra el civismo (2005).
La parte principal de juego para nosotras es estudiar la ley, comprenderla, explicarla con otras palabras, ponerla en ridículo, hackearla para inutilizarla, destruir su autoridad sustituyéndola por otros cauces positivos que, finalmente, sean cooptados con el mal gusto y retraso que caracteriza al sistema, haciendo tabula rasa de lo anterior.
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